Reflexiones sobre la crisis económica
Por: Carlos Tello*
El ex secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Tello, habla sobre la recesión; el experto considera que México requiere cambiar de modelo económico para salir adelante.
La recesión económica en Estados Unidos ya lleva un año, se extiende velozmente por el mundo y se prevé que continúe en 2009 1.
La economía de los países desarrollados, notablemente la estadounidense, se deteriora a un ritmo mucho más rápido de lo esperado. Ya afecta, y seriamente, a las economías que, como la mexicana, dependen altamente de la de EU. Todo ello sugiere que la recesión será profunda y duradera, y se registrará como la peor recesión mundial desde la Gran Depresión que se inició a finales de 1929.
Según el National Bureau of Economic Research (NBER), una autoridad reconocida en la materia, la recesión es una caída significativa y generalizada del conjunto de la economía (y no sólo ubicada en un sector de la actividad). Por lo general, se aprecia en la evolución de las series estadísticas de la producción, el empleo, el ingreso real y otros indicadores.
Lo que se ha estado viviendo (y padeciendo), en por lo menos los últimos doce meses es una recesión económica. Una cada vez más aguda y profunda crisis económica y no, como con frecuencia se afirma, una crisis financiera. Desde luego que la crisis económica se ha manifestado y ha afectado seriamente al sistema financiero en su conjunto que, además, vivió y frágilmente prosperó al amparo de una muy intensa actividad especulativa (en algunos casos, además fraudulenta), en muy poco – prácticamente en nada- relacionada con la producción y el intercambio de bienes y de servicios.
Es decir, con la economía real. Ello magnificó el impacto de la recesión económica sobre el sistema financiero que, como un castillo de naipes, se desplomó aparatosamente. 2
La crisis económica afecta a unos países más que a otros, pero golpea, y duro, a todos ellos. Continuamente los diversos organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, Comisión Económica para América Latina y el Caribe) y los ministerios de economía de los diversos países ajustan, a la baja, sus pronósticos de evolución económica para 2009.
La primera víctima de la crisis económica global fue Islandia: su banco central está técnicamente insolvente, la corona islandesa ha perdido más de la mitad de su valor y para 2009 se estima que su PIB se desplome en más de 10%. Luego vino Irlanda, una de las economías más prósperas de la Unión Europea. Después los demás países de la Unión Europea, que aceptaron que sus economías se encontraban en recesión económica. Lo mismo sucedió en Rusia y en Japón. China, alarmada por el impacto que la crisis tendría sobre su economía (i.e., la caída de sus importaciones y de sus exportaciones) anunció un multimillonario programa de estímulo. El gobierno alemán, en cambio, se resiste a actuar para frenar lo que muchos analistas están previendo será la peor recesión en Alemania desde la segunda guerra mundial.
En un principio, la crisis económica y su trascendencia pasó prácticamente inadvertida; se hablaba de “burbujas”. Después, la atención se centró en los incrementos en los precios del petróleo y de los productos primarios. Crisis energética, crisis alimentaria.
Más tarde, se subestimó la magnitud de la crisis global y el impacto que sobre la marcha de las economías nacionales tendría (en el caso de México aún se sigue subestimando). Se pensó, ahora sabemos que erróneamente, que los efectos de la crisis se podrían contener, que se podría evitar que se desbordaran de un sitio a otro, de una actividad a otra. La respuesta a la crisis fue lenta y ambigua. Prueba de ello son los diferentes, sucesivos y ampliados programas para hacerle frente. Hace un par de días, la Unión Europea aprobó un nuevo plan de estímulo económico, equivalente al 1.5% del PIB europeo, orientado a sostener la demanda.
Son muchos, y de diversa índole, los cambios en la forma de ser, de pensar, de actuar que se han estado dando al calor del desenvolvimiento de la crisis económica, tanto en la sociedad como en los gobiernos.
El primero, y muy importante, es el convencimiento de que hay que actuar, y decididamente, para frenar el desplome de la actividad económica o, por lo menos, reducir y amortiguar el impacto que tendrá la crisis sobre el empleo y la planta productiva, y que muchos estiman que además de profunda será prolongada.
Así lo sostienen, curiosamente, el premio Nobel de economía, Krugman y el director gerente del FMI. Para el también premio Nobel de economía, Stiglitz, la crisis ha sido para el mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo.
Tendrá que pasar mucho tiempo para que la tesis de los defensores a ultranza del libre mercado, de que el Estado nunca debe intervenir, vuelva a ser tomada en serio. Frente a las manos invisibles del mercado, ahora se reclaman las manos visibles del Estado. Se trata ahora de buscar una combinación virtuosa de Estado y mercado: la recuperación, actualizada, de la economía mixta.
En segundo lugar, se ha reconocido que es necesario actuar en todos los frentes y no tan sólo en el ámbito financiero, como al principio se pensó. Junto con los programas para dar mayor liquidez, por parte de los bancos centrales, al sistema financiero y a las empresas; garantizar préstamos, incluyendo los interbancarios; bajar las tasas de interés; garantizar los depósitos en los bancos; capitalizar la banca (incluyendo la compra de acciones de los bancos) y comprar activos de empresas por parte del Estado.
Se han venido instrumentando otro tipo de acciones encaminadas a defender la planta productiva y el empleo de las economías; se actúa en materia tributaria para aligerar el peso de los impuestos sobre las personas y las empresas; se ponen en marcha programas para proteger a los grupos de la sociedad más vulnerables; se acuerdan programas entre obreros y empresas para preservar las fuentes de empleo y ajustar la producción, y se llevan a la práctica ambiciosos programas de infraestructura, de apoyo a la industria de la construcción y rescates a empresas clave en las diferentes economías (i.e., el aun pendiente rescate de la industria automotriz en Estados Unidos).
En tercer lugar, se ha buscado que los gobiernos actúen de manera coordinada para hacer frente a la crisis. Primero, el Grupo de los 7 más Rusia, después la Unión Europea, posteriormente el Grupo de los 20 más España, quien ocupó uno de los dos sitios que le correspondía a Francia (por ser miembro del Grupo de los 7 y por presidir la Unión Europea).
Si bien se avanzó en todo ello y prevalece la solución sistémica y globalmente coordinada que propone la UE, las diferencias nacionales se han aceptado y los países están en plena libertad para diseñar sus respectivos y diferenciados programas.
Así lo establece el más reciente plan de rescate de la UE. No obstante, hay presión mundial para que de manera coordinada se actúe sobre la regulación y supervisión internacional del sistema financiero. Que la magnitud de los movimientos de capital deje de ser varias (muchas) veces mayor que los movimientos de las mercancías entre las naciones y que, además, no tenga nada que ver con ellas.
En cuarto lugar, se ha resuelto -aunque no con el énfasis y los cambios que el caso amerita, pues Washington, incluyendo el FMI y el Banco Mundial, continuará desempeñando un papel predominante- revisar a fondo todo el sistema de cooperación y coordinación internacional.
En quinto lugar, algunos de los países que poco o francamente nada tuvieron que ver con la crisis, pero que ahora son actores importantes en la economía globalizada (notablemente Brasil, Corea, China, India, México, Rusia) participan de manera más activa que en el pasado en la búsqueda de soluciones a la crisis. Al final de cuentas, serán los países relativamente menos desarrollados los que pagarán los platos rotos. Habría que estar preparado para ello.
En sexto lugar, cada vez más se generaliza el convencimiento que el crecimiento económico del mundo de los últimos veinticinco años, tal y como se dio, excluyente y desigual por el alto índice de concentración de la riqueza y del ingreso en las diferentes naciones y entre los países ricos y los países pobres no es el camino. Este tipo de crecimiento ha deteriorado y contaminado la naturaleza y el medio ambiente. No ha fortalecido la cohesión social.
En México, el Gobierno federal no parece estar a la altura de las circunstancias. No se observa su liderazgo, ni se ve profundidad en el análisis. Se empeña en seguir a la zaga y a remolque de los acontecimientos y de las políticas que se ponen en práctica en otros sitios. Es cierto que México no desató la crisis, pero también lo es que nos va a afectar, y mucho. Ni siquiera los actuales programas y políticas anticrisis de los gobiernos neoliberales de los presidentes Bush, de EU, y Sarkozy, de Francia, y del primer ministro Brown, del Reino Unido, que rompieron con viejos y arraigados prejuicios hacen cambiar de opinión al gobierno mexicano. Ni al Fondo Monetario Internacional, que ahora habla del gasto público y de la intervención del Estado en la economía para salir de la crisis, le hace caso.
Ante los sucesos que se están dando ya a estas alturas de la crisis, el gobierno se empeña en discutir si ésta existe o no. Incluso, recurre a fórmulas y precisiones sobre el particular fuera de todo sentido, de toda realidad. Los criterios de política económica para 2009, enviados al Congreso de la Unión en agosto tuvieron que ser modificados cuatro semanas después. La tasa de crecimiento de 3% para 2009 se modificó, un mes después, a 1.8%… ahora todo el mundo, salvo el gobierno, sostiene que en el mejor de los casos superará el 0.5%. Lo probable es que esté por debajo y que haya decrecimiento.
Habrá mayor desempleo por el doble efecto de la crisis en marcha: menores exportaciones y caída del mercado interno.
Y así con todo lo demás.
En México, la tasa de crecimiento del PIB por trimestres ha sido de 2.6, 2.7 y 1.6% en lo que va de este año. Las previsiones son que la tasa caiga al final del año en curso y durante todo el año que viene.
Las tasas de crecimiento de las manufacturas, la construcción, la vivienda han sido negativas en los meses recientes. La inflación, en términos relativos, se dispara y el desempleo crece: el número de personas que cotizan al Instituto Mexicano del Seguro
Social cayó en noviembre de este año y en el sector manufacturero, donde el empleo no crece desde finales del año pasado, la caída es de 6% en el mismo mes. Nuestras exportaciones se reducen, así como las remesas que los mexicanos envían al país y los ingresos por concepto de turismo también disminuyen. Los precios de lo que exportamos baja (notablemente el petróleo) y lo que importamos no tanto. Se ha disparado el riesgo-país, medido por el indicador EMBI de J. P. Morgan: desde noviembre no ha bajado de los 400 puntos. Hace un año era de 125 puntos base. Las fuentes de crédito se secan y la inversión extranjera se reduce. Se saca dinero del país. El tipo de cambio sube y, apostando a la devaluación, cada vez más se demanda la divisa verde. Ya se han vendido montos importantes de la reserva para mantener la paridad y financiar las fugas de capital. Al mismo tiempo, el gobierno federal pide a los trabajadores que moderen sus pretensiones y a las entidades federativas que no gasten demasiado.
Las familias ya sienten la caída del empleo y de sus salarios reales, sobre todo las personas que ganan dos o menos salarios mínimos, pues el precio de los alimentos, el transporte y la vivienda han subido por encima del promedio. Ya hay menor disponibilidad de crédito a la vivienda y la cartera vencida del crédito al consumo crece. Las empresas ven que disminuyen sus ventas. Tienen poca liquidez y el crédito es escaso y cada vez más caro. General Motors anunció que parará parcialmente la operación de tres plantas en México. La industria mexicana de autopartes disminuye sus exportaciones y también bajan sus ventas internas. Las panaderías, lavanderías, loncherías de las que son clientes los obreros de la industria automotriz en
México ven que se desploman sus ingresos. El gobierno recauda cada vez menos.
Salvo el del optimismo del gobierno federal, cualquier indicador de la actividad económica y social va a la baja.
Estamos de lleno en la crisis y la respuesta del gobierno federal ha sido insuficiente. Parece no darse cuenta de la magnitud del desastre que ya se vive y que lo peor aun está por venir. El Programa para Impulsar el Crecimiento y el Empleo, buscando mantener “la estabilidad y controlar la inflación” a cualquier precio, hace algunos tímidos ajustes en el gasto público y promete, ahora sí, promover un programa de infraestructura. Pero no hace los ajustes del caso para que de inmediato se ponga en marcha el programa (anunciado hace meses, pero no ejecutado del todo), ni hace lo necesario en materia crediticia, indispensable para la buena marcha de la industria de la construcción. Se habla de apoyar a las Pymes, pero no se aligeran los mecanismos ni se resuelve y atiende el programa con la rapidez y la magnitud deseadas. La banca nacional de desarrollo se resiste a serlo. Y así, las cosas no marchan. Los programas hasta ahora anunciados resultan, en el fondo y en la forma, en una muy tímida, y poco convincente acción anticíclica.
Son varias las circunstancias que, en conjunto, limitan y condicionan actualmente el proceso de reactivación y de expansión de la economía nacional.
En primer lugar, la enorme dependencia que la economía mexicana tiene de la de EU (por ejemplo, las importaciones temporales -asociadas a la exportación- representan más del 50 % del total de las importaciones desde 1994). Esa dependencia afecta de manera desigual a la economía mexicana: en épocas de recesión de la economía estadounidense, la mexicana se ve severamente afectada -con frecuencia más que proporcionalmente- en su nivel general de actividad. En épocas de expansión de
la economía de EU, la mexicana se ve proporcionalmente menos estimulada. Esa enorme dependencia afecta la actitud de quienes definen y ejecutan la política económica en el país; la asumen con resignación, como algo inevitable frente a lo cual poco, casi nada, se puede hacer. En segundo lugar, las autoridades del país están convencidas de que el mercado debe y puede resolver de manera más eficiente y satisfactoria los problemas que se le presentan a la economía nacional.
En México se sigue insistiendo en que la participación del Estado en la economía debe ser mínima, no activa. De hecho, la política económica puesta en práctica por el gobierno se ha reducido a mantener, por encima de cualquier otro objetivo, el equilibrio de las finanzas públicas y una política monetaria, crediticia y de tipo de cambio, que se califica “como prudente”, pero que sólo busca la estabilidad de los precios internos. La Ley de Responsabilidad Hacendaria prácticamente cancela el déficit público y el Banco de México, por mandato de ley, sólo se ocupa por asegurar la estabilidad de los precios.
En tercer lugar, se tiene una política social de carácter residual. La cuestión del desarrollo social, de la justicia social, no está en el centro de la política económica. Por el contrario, con frecuencia programas y metas en materia social se ajustan a la baja en función de consideraciones de estabilidad macroeconómica.
Y ello, a pesar de que una enorme proporción de la población económicamente activa continúa sin tener acceso a los recursos y oportunidades para encauzar su esfuerzo en actividades productivas, de creciente valor agregado. Más de la mitad de la población que trabaja lo hace en la informalidad, en condiciones particularmente precarias.
Se tiene un sistema educativo insuficiente y deficiente; los servicios de seguridad social y de atención a la salud alcanzan tan sólo a un poco más de la mitad de la población; la vivienda es insuficiente y precaria; existe desnutrición y obesidad de un alto porcentaje de la población. No se ve ni al empleo formal, ni a los salarios como fórmulas eficientes de expansión del mercado interno y de la economía.
Si, en efecto, éstas son las circunstancias que limitan y condicionan la expansión de la economía mexicana, una política de reactivación y expansión debe tomarlas en consideración y estar orientada a superarlas.
Como recientemente lo señaló Osvaldo Sunkel, en el mundo se está viviendo no una época de cambios, sino un verdadero cambio de época. Habría que estar a la altura de las circunstancias. Proponer los cambios necesarios para poder marchar, y cada vez más, por la vía simultánea y que se retroalimenta del crecimiento económico y el desarrollo social.
La crisis que se vive ofrece la oportunidad de cambiar a fondo el modelo de desarrollo que ha ordenado la marcha de la economía del país en los últimos veinticinco años. Simple y sencillamente no ha dado los resultados que del modelo se esperaban.
En promedio, el crecimiento anual del PIB por persona, en términos reales, apenas ha superado el 0.5%. Actualmente vive en condiciones de pobreza alrededor de 50% de la población y es probable que en el año en curso ese porcentaje haya aumentado. La desigualdad es abismal en las condiciones de vida y en el ingreso entre las familias y entre las regiones, que además ha venido creciendo.
La estabilidad en los precios sólo se ha mantenido en los últimos años y es probable que en los meses por venir se acelere el incremento de los precios.
Por todo ello, hay que cambiar de modelo económico.
Poner en práctica un programa de largo plazo y de gran aliento, dentro del cual se inscriban e instrumenten las medidas que hay que tomar en el corto plazo, para que la crisis no afecte tanto a los que menos tienen y tampoco afecte demasiado a la planta productiva. No se trata, como lo propone el Gobierno federal, de tan sólo “hacerle frente a la crisis”. Hay que aprovechar la crisis para promover el desarrollo social del país y así fortalecer la economía nacional.
No resulta fácil reducir la dependencia de la economía mexicana respecto a la estadounidense.
La dependencia sólo disminuirá en la medida en que se fortalezca y expanda el mercado interno.
Con un mercado interno sólido y en crecimiento, la producción nacional dependerá cada vez menos de lo que suceda en la economía de Estados Unidos.
Fortalecer y expandir el mercado interno entraña, sobre todo, estimular la formación de capital y multiplicar el nivel de empleo y de ingreso de la población. Hay un enorme potencial para aumentar la inversión privada y pública: actualmente más de la mitad del ingreso nacional, después de impuestos, va a las utilidades y tan sólo el 15% de ese ingreso se destina a la inversión privada.
Se tiene que poner en práctica una política (industrial, agropecuaria, turismo, etc.) de estímulo a la inversión de los particulares, mediante aumentos en los salarios y un mayor gasto público, no reduciendo los ingresos tributarios, los llamados incentivos fiscales.
Todos los instrumentos y las políticas de que dispone el Estado deben hoy sumarse con el único propósito de promover el crecimiento económico y el desarrollo social. El rasero de cualquier decisión en materia de política económica y política social debe ser tan sólo uno: ayuda o no al desarrollo social y a la expansión de la economía. El crecimiento económico es necesario para mejorar las condiciones generales de existencia de la población.
Sólo con una economía en crecimiento se pueden crear en el país los necesarios empleos formales, estables y seguros, y buscar igualdad de oportunidades para todos. No hay razones suficientes para pensar que, con el tiempo, los frutos del crecimiento económico se filtrarán hacia abajo, por goteo, beneficiando a toda la población. Nunca lo han hecho, en ningún periodo, en ninguna parte. No tiene sentido, ni solidez el plantear que primero hay que crecer y después distribuir. Por el contrario, hay que distribuir creciendo. Y es aquí donde se debe buscar un adecuado equilibrio entre
Estado y mercado que se traduzca, en México, en un nuevo ciclo de desarrollo social apuntalado por una economía en expansión.
Las responsabilidades que tiene el Estado mexicano no están bien atendidas: las carencias son muchas y los rezagos enormes y crecientes. Con un fisco frágil e insuficiente, difícilmente se podrán superar las carencias y los rezagos y sentar las bases para la expansión de la economía.
El gasto público que en la actualidad se lleva a cabo puede y debe mejorar su eficiencia, su eficacia.
Incluso, en algunos renglones reducirse. Pero también se debe gastar más. Más y mejor gasto público en servicios de salud y de educación, en seguridad social, en vivienda y sus servicios, en infraestructura urbana, en infraestructura básica, incluyendo energéticos, en ciencia y tecnología. No hay otra opción: mayor gasto, bien ejecutado y cada vez más descentralizado. Ese gasto público debe estar bien financiado. El crédito -interno y externo- debe ser complementario, no sustituto del ingreso fiscal. Hay que actuar, en forma simultánea, en varios frentes para aumentar, con afán de equidad, los ingresos fiscales.
Todo ello será necesario para sacar al país de la crisis económica en la que se encuentra y se encontrará en, por lo menos, el próximo año; para encauzar el crecimiento de la economía mexicana en los años por venir, sacarla del mediocre crecimiento que la ha caracterizado en los últimos años, reducir la pobreza en que se encuentran millones de mexicanos y atemperar las enormes desigualdades en el ingreso y entre las regiones.
Hay que actuar ya. Ello entraña un acuerdo social básico, con visión integral de largo plazo, pero que incluya acción inmediata (i.e., desayunos escolares; fondos para el campo; buscar la soberanía alimentaria del país; abrir los hospitales y las clínicas a todos; aumentar los salarios -no hay que olvidar que la relación es utilidades-precios, y no salarios-precios-; iniciar las obras de infraestructura; apoyar a las Pymes; modificar la Ley del Banco de México para que incluya el crecimiento económico entre sus objetivos y también la de responsabilidad hacendaria, para que acepte el déficit público; que la banca de desarrollo realmente lo sea; iniciar la reforma fiscal a fondo; ajustar, a la baja, las tasas de interés). Por la naturaleza, magnitud y alcance de la tarea que se debe emprender, un programa de este tipo no lo puede procesar tan sólo el gobierno federal. Corresponde al poder Legislativo convocar a la sociedad -que representa- para definir un Programa Nacional para el Desarrollo Social y el Crecimiento Económico.
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1 Hace unos días, el 28 de noviembre, el comité que establece las fechas de los ciclos económicos del NBER determinó que el periodo de expansión de la actividad económica en EU -iniciado en noviembre de 2001- terminó, después de 73 meses de crecimiento, en diciembre de 2007. La recesión se inició en esa fecha y, desde entonces, la actividad económica ha declinado en EU todos los meses. Martin Feldstein, profesor de la Universidad de Harvard y presidente emérito del NBER, señaló durante su reciente visita a México que era factible una caída del PIB en EU de 5% en 2009.
2 Esto se aprecia con claridad en el mercado hipotecario de EU. Al no darse, en la realidad, las expectativas de empleo y de ingreso (la economía real) en las que se basaron los créditos subprime otorgados, las personas dejaron de pagar sus hipotecas. Al hacerlo no sólo se afectó la recuperación de la cartera hipotecaria sino que, también, bajó el precio de la vivienda y afectó a los préstamos hipotecarios normales. La combinación de todo ello fue explosiva. Las hipotecarias, para obtener recursos, se habían fondeado -con todo tipo de instrumentos financieros complejos y sofisticados que se difundieron y distribuyeron por todo el mundo- en el sistema financiero mundial. Como resultado de ello, en conjunto, el balance del sistema financiero presentó activos de largo plazo (hipotecas) con pasivos de corto (papel comercial), lo que entrañó un alto riesgo que terminó por estallar. Así, la crisis en el sistema financiero se fue extendiendo y multiplicando y, al desplomarse, afectó a todas las economías a tal grado que ha paralizado el servicio de crédito, incluso el interbancario.
*El autor fue secretario de Programación y Presupuesto (1976-77) y el texto fue publicado originalmente por la revista Este País en su edición de enero de 2009 como parte de la serie “La crisis: testimonios y perspectivas”.