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¿Qué es lo contrario a un crecimiento milagroso? Sea cual sea la palabra, se aplica perfectamente a México en la era del TLCAN.

Se prevé que los países pobres crecerán más rápido que los ricos, y lo necesitan. Se supone que los acuerdos comerciales deberían ayudar. Sin embargo, según casi todas las referencias —y sin duda según las que anunciaron a bombo y platillo los artífices del acuerdo hace un cuarto de siglo—, el desempeño de la economía mexicana ha sido decepcionante.

Su crecimiento anual de 2.5 por ciento desde 1994 equivale a menos de la mitad del promedio del mundo en desarrollo. Es prácticamente igual al de Estados Unidos y Canadá.

Pero hasta eso es engañoso. Como la población de México se expande mucho más rápidamente, la torta económica se reparte entre cada vez más gente. Así, hoy el mexicano promedio gana menos, en comparación con sus pares estadounidenses y canadienses, que antes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

“La idea principal era promover la convergencia salarial y de estándares de vida”, dijo Gerardo Esquivel, profesor de Economía del Colegio de México. “Eso no se logró”. Y el magro crecimiento que hubo, dice Esquivel, en gran parte terminó en “la parte superior de la distribución”.

Problemas

Para ser un mercado emergente, México tiene una colección impresionante de multimillonarios, que incluye al sexto hombre más rico del mundo. Por otro lado, su índice de pobreza sigue rondando los niveles de principios de los 90: más de la mitad de la población, con una clase permanente de subempleados. El delito y la corrupción están fuera de control.

Todo esto le plantea un problema a Estados Unidos, especialmente ahora, con Donald Trump a cargo. La economía sumamente lenta de México significa que aún hay fuertes incentivos para lo que Trump detesta: el flujo de mano de obra mexicana mal pagada hacia el norte y el de fábricas estadounidenses en el otro sentido.

Mientras su equipo de comercio atraviesa con dificultad una ronda de negociación tras otra, no sorprende a nadie que el presidente de Estados Unidos siga amenazando con destruir por completo el pacto.

El tema es mucho más urgente para los mexicanos. Ellos tendrán la oportunidad de hacer algo al respecto en las elecciones presidenciales del año que viene. El favorito hasta ahora, Andrés Manuel López Obrador, dice que pondrá en marcha un nuevo modelo económico. Todavía no queda claro qué papel jugará en él el TLCAN, si es que tendrá alguno.

Promesas incumplidas

En los círculos políticos mexicanos, hay poca inclinación a echarle la culpa al TLCAN. Algunos señalan que, aunque está claro que la economía no ha vivido un boom, por lo menos evitó las caídas que hundieron a varios de sus vecinos latinoamericanos en las últimas dos décadas.

No se podía pretender que el pacto comercial solucionara problemas sociales profundos, pero aportó “varios beneficios en distintas industrias, generó empleo y riqueza”, dijo la semana pasada Enrique Ochoa, dirigente nacional del PRI.

Sin embargo, muchos economistas coinciden en que las promesas de los presidentes Carlos Salinas y Bill Clinton en el nacimiento del TLCAN quedaron incumplidas. La veloz expansión del comercio con la economía más grande del mundo no ha sido una panacea. Ni siquiera, dicen algunos, un paracetamol.

“El error básico de México fue suponer que bastaría con integrarse a la economía mundial y al mercado estadounidense en particular”, dijo Dani Rodrik, profesor de Economía de la Universidad de Harvard. “Se pasaron por alto otros aspectos de la estrategia de desarrollo”.

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