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Por segundo año consecutivo, en el 2018 el déficit comercial de México tendrá, en términos contables, el mismo y único responsable: el sector petrolero.

A septiembre del año corriente, México reportó un saldo negativo entre exportaciones e importaciones de mercancías de 10,222 millones de dólares, explicado íntegramente por un déficit de la balanza petrolera de 16,323 millones de dólares, que fue parcialmente compensado por el superávit en la balanza no petrolera, equivalente a 6,100 millones de dólares.

Hasta antes del 2017 y cuando menos desde las últimas dos décadas, los déficits comerciales de México fueron siempre explicados por el desbalance negativo en la balanza comercial no petrolera, mientras que la petrolera siempre fue una generadora neta de divisas.

El 2018 será el cuarto año consecutivo en el que nuestro país concluya el año con un déficit comercial petrolero, que además será récord (a septiembre es 23% mayor en términos anuales).

El desequilibrio se explica por el implacable crecimiento del valor de las importaciones (30% en lo va del sexenio), principalmente de petrolíferos y gas natural y por un ingente desplome de 42% de las exportaciones.

Faltando un trimestre por transcurrir de este año, las compras foráneas de productos petroleros suman casi 40,000 millones de dólares, un monto cercano a los 42,000 millones de todo el 2017. El correlato de estas cifras es la debilidad de la capacidad local de producción de petrolíferos y extracción de gas natural.

Cinco productos explican tres cuartas partes de las erogaciones externas: gasolina (35%), diesel (18%), gas natural (13%), gas LP (5%) y turbosina (3%), en ese orden.

José Luis de la Cruz, director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico, explicó a El Economista que por lo menos durante los últimos 25 años no ha existido una política que privilegie la comercialización de derivados del petróleo transformados localmente. Así, las importaciones se han ido al alza, hasta el grado de que hoy México importa petróleo crudo.

“Sí existe forma de revertirlo: invirtiendo no sólo en exploración y producción de petróleo y gas sino en los procesos de fabricación de productos secundarios que puedan por lo menos abastecer la demanda interna, en un primer momento, para luego pensar en exportaciones, como cualquier país petrolero”, dijo. En los últimos años, se han realizado esfuerzos importantes para reducir los subsidios a productos como la electricidad o las gasolinas, con nuevas fórmulas que desagregan costos y reconocen inversiones a las empresas del Estado. Pero “el gasto en compras al exterior terminará representando pérdidas para las finanzas públicas mientras no se establezca que los ingresos también deben venir de la transformación en el sector petrolero”.

Ramsés Pech, analista energético de Caraiva y Asociados, consideró que al tener pocos niveles de refinación con las plantas operando por debajo de sus capacidades (hoy a un promedio de 40%), la balanza comercial del país continuará en déficit durante los próximos 10 años.

Por lo tanto, se requiere plantear mantenimientos o reconfiguraciones mayores que incrementen sustancialmente el volumen de producción de combustibles, pero ello, siempre y cuando exista crudo suficiente para abastecer las exportaciones.

“Una o varias refinerías podrían ayudar a reducir las importaciones en el país, pero dependerá de que los privados inviertan también, lo que sucederá sólo si el riesgo político, financiero y social no los margina”, aseguró.

Por lo pronto, el próximo gobierno de Andrés Manuel López Obrador se prepara para arrancar tan pronto como en diciembre próximo iniciar los trabajos orientados a la construcción de una nueva refinería de petróleo, en Dos Bocas, Tabasco, en la que se proyecta una inversión de hasta 160,000 millones de pesos, para estar lista en tres años.

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